martes, 2 de agosto de 2016

EL AVANCE DE LA ENFERMEDAD

La enfermedad empieza a mostrar su cara más amarga.
Unos días de mejoría,  que estaba como nunca, alegre, relajada, más como era ella, y de pronto vuelven las caras desencajadas, el mal humor; las mentiras. Los disgustos y enfados con todos y por todo. De nuevo, para ella, no hago nada bien.
Y después de una de las suyas, una discusión banal, porque no quiere salir a la calle, como todos los días, a pasear a su perrito, durante la cual me dice que la tengo harta, que soy muy pesada.
Salgo a comprar y cuando vuelvo, la encuentro con el teléfono en la mano, buscándome, que dónde estoy, que he tardado mucho.
Y me dice que ha llamado hasta a mi casa, que como me mandó a la mierda, que está preocupada, y quiere pedirme disculpas. Me lo repite una y otra vez, que como tardaba mucho, y me había hablado mal, que no sabía qué pasaba. No había nadie. No he podido localizarte. Asustada. 
Que pensaba que no volvería.  Hay llantos. Hay miedo en su mirada. La veo tan pequeña, tan indefensa. Y la abrazo mientras ríe y llora al mismo tiempo. ¡No pasa nada mamá, aquí estoy!. Y no tienes que pedirme disculpas, no tengo nada que perdonarte.
 Vuelven los despistes y confusiones. Y al irse a la cama, eso sí, me pide el abrazo de buenas noches. Se siente segura. 
Al rato entro, y me la encuentro en una esquina del cuarto, sentada, sin mirar a ninguna parte.
 La levanto, con cuidado, y le ayudo a meterse de nuevo en su cama. ¡Cuánto me necesita!  Pienso que no hay nada más que pueda hacer, y es mucho. Que sepa ella que no está sola.
Todos mis problemas pueden esperar. ahora es ella, solo ella.
Me pregunto qué hacer a partir de aquí, cómo evitar peligros, cómo hacerle sentir que me tiene a su lado; que me sienta, que yo no la abandono.
Me pregunto cómo afrontaré su marcha, día a día; cada vez más perdida, más asustada. 
La paciencia, de nuevo, será mi tabla de salvación. No me queda otra. Respirar hondo, darme la vuelta y cerrar los ojos. Volver al principio y sonreir.