Y tras la tempestad, la cogió entre sus brazos, apretó su cuerpo cansado por los años y por su vida, con suavidad; le pasó parte de su energía y le dio todo el calor que una hija puede darle a su madre. Cerró los ojos y voló con ella al paraíso para vivir esa bonita experiencia de Unión.
Ambas, madre e hija, quedaron exhaustas. La una, por el torrente de amor que recibía; la otra por el torrente de amor que creía que nunca sería capaz de dar.
¡a las buenas noches! Y a soñar con el amor, por lo menos...
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